miércoles, 3 de junio de 2009

La transición (7ª parte). La dura vida del militante...

Acabada la campaña en solidaridad por los detenidos en el Caso Papus, la nueva formación política, el FNJ, había quedado bautizada. En abril de 1978 organizamos una primera campaña de colocación de pancartas. Era la primera vez que se hacía en la ultraderecha. Alguna de las pancartas media hasta 10 metros y el resto una media de 5. Todas se colocaron en una mañana en lugares espectaculares, la más visible de las cuales colgó durante varias horas en el puente situado entre las torres del Pórtico de la Pasión de la Sagrada Familia que estuvo a punto de costarle a un militante el partirse la crisma y algo más que la crisma al colocarla. Las pancartas eran contradictorios con el espíritu de lo que algunos creíamos y si no nos opusimos ahora solamente puedo atribuirlo a la confusión que reinó en todos los sectores políticos durante la transición. En efecto, para un partido que se decía “de la juventud”, y que para colmo, sólo unos meses antes se había escindido de Fuerza Nueva, era perfectamente contradictorio el que se asumiera implícitamente al franquismo. Las pancartas decían solamente: “1º de abril: victoria”. Estábamos en 1978 y la “victoria” había tenido lugar 39 años antes. Seguramente fue el ambiente de ex combatientes en el que nos movíamos y cierta repugnancia hacia el oportunismo generalizado que había asaltado a la clase política española, por lo que elegimos esta vía. En aquel momento el franquismo carecía de “defensores”. Nadie parecía haber sido franquista, salvo la empequeñecida y acomplejada ultraderecha. Todos los que habían medrado bajo el franquismo aspiraban solamente a seguir haciéndolo bajo la democracia. Suárez –redimido hoy a causa de su enfermedad neurológica degenerativa y a sus tragedias familiares mucho más que a su labor en la transición: desmanteló simplemente un régimen para construir de mala manera otro, improvisado y cogido con alfileres- era la quintaesencia de lo que todos nosotros odiábamos. No hacia ni 8 años que el Círculo José Antonio de Barcelona, había invitado a aquella estrella ascendente del “Movimiento comunión de todos los españoles en los ideales del 18 de julio” a dar una conferencia en sus locales. Se le pidió, eso sí, a Suárez que adelantara un resumen de lo que iba a hablar a fin de evitar problemas (en aquellas fechas, los círculos veían obstaculizada su labor por las autoridades) y la conferencia debió anularse a la vista de que hubiera dejado como unos boy-scouts timoratos a los más radicales hedillistas de ultraizquierda. Así era Suárez hasta que entendió que había que seguir la vía que marcaban los poderes fácticos nacionales e internacionales. En realidad, Suárez tenía todo el derecho de buscar un lugar bajo el sol de la política y, por lo demás, si otros pasaron del sindicalismo revolucionario y la defensa del juancarlismo, con más razón el desgraciado presidente del gobierno –no puedo evitar cierta conmiseración por esa tara genética introducida en su familia por vía femenina que ya ha costado varias vidas y seguramente precipitado esa degeneración neuronal que aqueja al ex presidente y que no desearía ni a mi peor enemigo- que, a fin de cuentas, se encontró entre las manos con un marrón a lidiar y un país que, sin Franco ya no podía permanecer en una situación de provisionalidad como hasta el 20-N, ni tampoco había garantías de éxito en una fuga hacia delante. Sin embargo, en aquel momento y hasta el 23-F, Suárez era indiscutiblemente la bestia negra de la ultraderecha, al mismo nivel que Carrillo o a González.

Toda esta larga parrafada viene a cuento de las pancartas de “1º de abril: victoria”. Esa campaña, que aportó buenos beneficios al FNJ y que supuso la exteriorización de que, desde su fundación, habíamos duplicado efectivos, también supuso una incapacidad para superar los altos muros de la extrema-derecha clásica, verdadera tragedia de todos los que, en su tiempo no nos consideramos franquistas, pero luego renunciamos a separarnos del franquismo, quizás –y esta es nuestra única justificación- para evitar hacer causa común con opciones en las que tampoco nos identificábamos sino que percibíamos como igualmente negativas. Éramos partidarios –y ese era el telón de fondo sobre el que se desarrollaba el drama- de una “tercera vía”, pero incapaces de construirla. ¿Qué podían hacer 100 jóvenes mal dirigidos y peor orientados, sin medios, sin excesiva cultura política y que ni siquiera interiormente tenían identidad de criterios? De ahí que la experiencia del FNJ fuera completamente irrelevante. Se ensayaron algunas tácticas nuevas, se enfatizó algo la envoltura de las ideas y se afinó bastante más en el análisis político y, en este sentido tengo que decir que en los documentos que publicó el FNJ –y que los que en gran medida fui autor- iban bastante más lejos que los textos habituales de la ultraderecha de la época que se limitaban a denunciar apocalipsis para pasado mañana, eran incapaces de entender que el país había iniciado la ruta de un cambio que no sería solamente político sino económico y sociológico. Con ser poco, esto era bastante más que los desenfoques de los grupos falangistas vendiendo “sindicalismo” a una sociedad que pedía “política” o asumiendo un nacional-catolicismo que apenas interesaba en la sociedad española y todo esto bajo el denominador común de un patriotismo exaltado que consideraba que España era algo radicalmente diferente a Europa y, no sólo eso, sino que para colmo odiaba todo lo que era europeo, en beneficio de una “hispanidad” mal definida que al otro lado del charco tenía como eco.

Poco después del 1º de abril, retornados de las vacaciones de Semana Santa, el local de la División Azul se quedó pequeño y, cuando había asamblea general, el piso amenazaba con hundirse. Las griegas en las paredes no hacían sido ampliarse pasando a ser verdaderas brechas. Hacía falta un local propio y se encontró en un antiguo edificio de la Vía Layetana frente al edificio de Sindicatos, transformado hoy en hotel. Era un edificio feo, sucio, oscuro, con la fachada cubierta de carbonilla añeja. Los tres despachos alquilados de unos 25 metros cuadrados cada uno estaban, por supuesto, situados en el último piso y el ascensor tenía sus achaques cada vez que subían más de cinco militantes. El rellano era amplio y era frecuente que los militantes estuvieran allí bebiendo o hablando. En general, todo era decadente, polvoriento, oscuro y atrotinado, incluida la portera, una mujer al borde de los 70 años, oronda de carnes, primitiva hasta las trancas y con permanente mirada de desconfianza hacia todo aquel que osaba penetrar en sus dominios. Jamás logré identificarme por aquel local que costaba unas 12.000 pesetas de la época. El lugar tampoco era de lo mejorcito. Estaba cerca de zonas habitualmente frecuentadas por militantes de izquierda (y algún 11 de septiembre los incidentes generados en el no muy lejano Fossar de les Moreres, acabaron en la cancela del edificio en donde nos encontrábamos), si bien tenía el aliciente de la proximidad de la Plaza Real que terminó siendo una prolongación del local. De todas formas, lo sorprendente es que el FNJ, a pesar de la agitación diaria en la que se embarcó, apenas tuvo incidentes con militantes de izquierdas. Solamente en cierta ocasión se produjeron choques en la Universidad Autónoma de Bellaterra cuando un grupo de ocho militantes fue a distribuir publicidad y la ultraizquierda que desde su fundación había considerado a aquella facultad como su Nanterre particular, respondió malamente, recibiendo –claro está- fuerte y flojo. En aquella ocasión, aun a pesar de que para el rector (que luego sería capitoste de la Generalitat en materia de Educación) la agresión procedió de la izquierda, no dudó en responsabilizar a nuestra gente. Eso o se lo comían y ya se sabe que en medios de CiU nunca han existido héroes sino pequeño-burgueses que ante todo han adoptado posiciones morales en función de su supervivencia.

Salvo este incidente, no recuerdo otros de gravedad especial, si bien en algunos momentos hubo tensión. A poco de formarse el FNJ, Blas dio un mitin en el Palacio de los Deportes de Barcelona. Debieron ir unas 7.000 personas porque el aforo estaba casi completamente lleno. Se podía distinguir a nuestra gente por los jerseys negros con una banda en el pecho con los colores de la bandera nacional. Aquel sarao coincidió con el primer Día de Andalucía que tuvo su reflejo en la movilización de andaluces residentes en Barcelona. La manifestación discurría por el Paral.lel y a doscientos metros Blas y sus teloneros desgarraban gorgoritos patrióticos. La ultraizquierda se había sumado a la convocatoria andalucista así que los incidentes estaban servidos. Decidimos colocar una mesa de propaganda ante el mitin, más que nada para recaudar fondos y popularizar nuestra sigla. Dada la tensión de la época decidimos preparar la autodefensa por lo que pudiera ocurrir. En la noche antes un grupo de camaradas compraron una caja de cervezas (y se la bebieron convenientemente) transformando los cascos en cócteles molotov, añadiéndoles la correspondiente bolsita de nitrato y el sulfúrico dentro. Otros reunieron la colección de barras de hierro, cascos y demás utensilios propios del perfecto militante de la transición. Los aparcamos apenas a 10 metros de la mesa de propaganda cuyo mantenimiento quedó asegurado por una treintena de militantes. En caso de que se divisara la proximidad de la ultraizquierda no había nada más que proceder al reparto de cócteles molotovs y barras de hierro, encomendarse a Odín y a la carga. El plan en estos casos era simple: lanzar primer los cócteles molotov lo más lejos posible y luego cargar saltando entre las llamas. El efecto escénico quedaba asegurado y, además, los de enfrente habían experimentado la sensación de pánico en situaciones que no implicaron consumo de petróleo.

Allí conocimos a los alegres muchachos de la “Sección C” y a Juan Ignacio González que lo dirigía. Iban con un equipamiento ante el cual parecíamos aficionados: escudos, tubos para lanzar cohetes, y toda una panoplia de recursos para la guerrilla urbana. Pero, a la vista de que todos eran madrileños, nosotros jugábamos en casa. Además, ellos venían mentalmente acondicionados para darle duro al independentismo catalán, pero no al nacionalismo andaluz en Catalunya del que jamás habían tenido noticia. Le expuse el plan de Juan Ignacio, ya saben, lanzábamos los cócteles molotov y a la carga… táctica depurada pero, sin duda, eficaz. No vale la pena ocultar que deseábamos el enfrentamiento y poco importaba con quién. Sólo hacía falta que alguien lanzara el guante en señal de desafío para que nos hubiéramos lanzado como lobos propulsados por la testosterona, la adrenalina y alguno por las cervezas de la noche anterior.

Los ultras de izquierda hicieron amago de venir, pero a la vista de lo que tenían delante, optaron por gritar lo de “fascistas asesinos” justo allí donde no habían fascistas. En un momento dado vimos a algunos que hacían amago de subir la calle Lleida 150 metros más abajo y estalló el zafarrancho como si de un reloj de cucú se tratara. Formamos un círculo en medio del cual se descargaron cócteles molotov y barras de hierro y, como en el cómic de Astérix, los fuimos repartiendo entre cada militante. Una de las botellas había vertido su líquido dentro de la bolsa y estaban todas húmedas y resbaladizas así que al distribuirlas, una se escurrió entre las manos de un militante, rompiéndose sobre la bolsa en la que todavía quedaban algunas botellas incendiarias. El nitrato tarda unos interminables segundo en asociarse al sulfúrico y emitir el calor suficiente para prender la gasolina, así que pudimos alejarnos. Dado que había mucha policía en las inmediaciones, lo único que se me ocurrió gritar es que “los rojos están lanzando cócteles molotov”. El incendio fue mayúsculo y contribuyó a aumentar la tensión. A la vista del fuego, de los escudos, los tubos para lanzar cohetes y el centenar de militantes que se habían concentrado aspirando a medir su valor, los pocos insensatos que en la otra parte buscaban el enfrentamiento, optaron por lo más sensato, doblar la esquina y refugiarse en la masa andalucista.

Era una victoria táctica, porque se establecieron buenas relaciones con los de la “Sección C” de Fuerza Nueva (que un año después se escindirían y con los que dos años después algunos de nosotros coincidiríamos en el “segundo Frente”, el de la Juventud, apeada la N de “nacional” que tampoco pintaba mucho), teníamos la convicción de la combatividad de nuestros militantes y en cuanto a la mesa de propaganda había generado dividendos políticos (se afilió bastante gente in situ) y económicos (en torno a 25.000 pesetas).

Este episodio, el choque en la Universidad Autonóma y un pequeño incidente el 11-S de 1978, en el que unos pocos camaradas, por su cuenta y riesgo, se aproximaron a la concentración independentista que tenía lugar en el Fossar de les Moreres, fueron todos los incidentes en los que se vieron implicados militantes del FNJ. Casi un milagro. Y para muchos de nosotros, una decepción. Abundaban entre nuestros militantes los que buscaban la lucha, el enfrentamiento física, no solamente para demostrar al 40% de chicas afiliadas que eran hombres y que entre sus planes no estaba el retroceder, tanto como para reforzarse en su convicción de que ya eran hombres, hombres con los cojones bien puestos y que rivalizaban como los machos de una manada en ser los más arrojados. Que a nadie le extrañe, es el cuadro propio de todo grupo de adolescentes que en el fondo era el FNJ. El problema era que algunos ya habíamos dejado atrás la adolescencia y no precisábamos de ritos de tránsito de este tipo.

Después del I Congreso de Fuerza Nueva remití a Blas un escrito de unos 30 folios en la que le resumía una serie de reflexiones sobre la estrategia que, en mi opinión, debía de adoptar el partido. Me llevé una copia en papel carbón del mismo documento para discutirlo en una reunión que debería tener lugar en Valencia hacia noviembre de 1976. Para mi desgracia, cargué el documento en la bolsa, la acomodé en la moto y en plena noche enfilé para el sur. Hacia el segundo peaje de la autopista me di cuenta de que el pulpo que debía fijar la bolsa se había desprendido y, vaya usted a saber dónde habría caído la bolsa. Por un momento pasaron por mi mente las consecuencias de aquel percance: la bolsa habría caído en manos de la Guardia Civil que, a fin de entregarla a su propietario, la habrían abierto y leído el documento en cuestión… la acusación de “conspiración” y una larga temporada en la cárcel se me aparecieron como más que posibles. Así que di la vuelta al salir del segundo peaje. Entre la noche y los nervios no pude ver que la moto, con el motor acelerado, pisaba un bordillo. Yo salí despedido hacia un lado oyendo como el casco chocaba varias veces contra el asfalto, vi con la rabadilla del ojo como la moto salía volando.

Afortunadamente ni yo salí descalabrado, ni la moto tuvo más que unas rascadas. Volví al primer peaje, recorrí lentamente los kilómetros en los que podía haber perdido la bolsa, pero nada, no hubo forma de encontrarla jamás. Afortunadamente para mi futuro aquel documento no cayó en manos de nadie. A cazadora de cuero y un impermeable debieron ser el regalo que compensó el silencio de quien encontró la bolsa. Y, a todo esto, ¿Qué se planteaba en este documento?

Era una reflexión estratégica que definía con detalle lo que nosotros llamábamos “Estrategia de fractura vertical dentro del sistema”. No se cansen, es la única reflexión estratégica que realizó la ultraderecha durante la transición y, por supuesto, quedó inédita. Poco después, ya expulsado de Fuerza Nueva, entre los humos de los cócteles autoexplotados y el trasiego de militantes de la “Sección C” y de nuestra gente, y a la vista de que Blas había conseguido llenar el Palacio de los Deportes de Barcelona, completé esa reflexión con otra adaptada a la nueva situación. Tampoco se cansen: ni todo el rollo sobre la “factura vertical”, ni este otro, tuvieron la más mínima repercusión en la transición. Se diría que “estrategia” es un término incompatible con “ultraderecha”. No era raro que, siendo victoriosos en todos los episodios tácticos y enfrentamientos, la ultraderecha no se comiera ni una rosca estratégica. O dicho en clave de los hermanos Marx: “Hemos logrado recorrer el camino entre la nada y la más absoluta miseria”, eso sí, “de victoria en victoria, hasta la derrota final”.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.