miércoles, 3 de junio de 2009

El falangista valeroso (2ª parte).

Abandonar el Círculo José Antonio de Barcelona fue para mí como una especie de liberación. Después de seis meses de embrollos interiores infinitos que ni me iban ni me venían, resultaba evidente que en aquella estructura política no podía hacerse absolutamente nada. De aquella época lo único que recuerdo como positivo fue el haber conocido a la troika dirigente, los Caralt, Chinchilla (Enrique) y Encuentra. Por lo demás, aquella época es completamente olvidable.

A pesar de lo breve de aquel período invitaron a asistir a una Junta Nacional de Círculos José Antonio a celebrar en la sede madrileña de calle Ferraz. Fui con el matrimonio Gracia, esto es, con Javier Gracia y Ana María Fernández Llamazares de los que, como mínimo, puedo decir que su evolución fue sorprendente. Sobre los Gracia, a partir de 1977 se contarían las historias más truculentas y hace poco un antiguo camarada me decía que trabajaban “para alguien”. No, en mi opinión jamás trabajaron para nadie, es que ellos eran así… y su constante evolución política que les llevó del integrismo católico a la comisión de solidaridad con los inmigrantes del Colegio de Abogados de Catalunya (o algo así) pasando por todo tipo de peripecias políticas desde el PENS hasta la Falange Auténtica, era espontánea y seguramente sincera, pero automática como aquella canica que empieza a deslizarse por una pendiente hasta llegar al final de la misma. O si se quiere como un cohete disparado que sigue ascendiendo hasta que se termina el combustible y, a partir de ese momento, queda suspendido en órbita. Los Gracia merecerían todo un capítulo para ellos solos, especialmente porque ella, fue la primera mujer elegida en España como secretaria general de un partido político, mérito que le corresponde a pesar de que ese partido fuera una escisión de Falange Española de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista a la que, por si esta longitud no fuera poca se le había añadido el calificativo optimista entre paréntesis de “(auténtica)”. Eran los hedillistas que hacia finales del 1977 se partieron en dos a la vista del revés electoral de las primeras elecciones democráticas. Los escindidos formaron Falange Española Auténtica que, al menos, tenía la virtud de la brevedad, si bien sus siglas, FEA, no eran lo que se dice afortunadas y nos daban pie algunos para ironías: “Pues no, no estamos ni con la FEA, ni con la BONITA”.

Inicialmente no entendí como era posible que Ana María hubiera llegado a dirigir la FEA. No es que no creyera en sus cualidades, pero no me daba la impresión de ser una mujer particularmente ambiciosa en materia política. Inicialmente tendí a pensar que había asumido la dirección de los disidentes por aquello del “servicio” o por aquello otro de que no había nadie más para asumir el marronazo que representaba encabezar una escisión que se iba deshilachando con el paso de los días. Debieron de pasar algo más de 10 años para que alguien me lo explicara y fue Gustavo Morales. Morales era de esos falangistas, tirando a la izquierda y con ideas propias que le llevaron a la FE-JONS(a) a la vista de que el hedillismo (o presunto tal) era lo que más se adaptaba a su deseo de alejarse lo más posible del franquismo y/o de la falange franquista que no era otra que la FE-JONS amputada de la (a) o aquella otra fundada por Sigfredo Hillers FE(i) que para Gustavo debía ser demasiado católica. Sea como fuere coincidimos en una reunión en el antiguo local de CEDADE de Barcelona en calle Consejo de ciento cuando se estaban teniendo los primeros contactos que conducirían a la formación del Círculo Nuevo Europa con Colomar, Moreno y Farrerons. Gustavo me reprochó el que en algún escrito mío hubiera ironizado sobre un episodio inmediatamente posterior a la escisión de la FEA. En efecto, en su afán de homologación democrática, Gustavo y algún otro se había embarcado en dirección a Cuba junto al resto de participantes en el Festival Mundial de la Juventud y no habían dudado en ponerse camisa azul mahón. El episodio es, cuanto menos, curioso y es de los que no pasan todos los días; sería algo equivalente a que en la fiesta de la Organización Mundial Anticomunista apareciera alguien con camiseta de “orgulloso de ser socialista”. Sería, en efecto, inevitable que algunos quisquillosos lo consideraran provocador o simplemente despistado. Los de la FEA en aquel barco pegaban tanto como tirarse un sonoro pedo en un desfile de top models. Diez años después del episodio, en aquel sórdido salón, húmedo y frío, Gustavo seguía manteniendo que aquel viaje era coherente con la imagen que querían proyectar de la FEA.

El caso es que aproveché para preguntarle cómo fue que Ana María llegó a presidir el nuevo partido: “Es que había que poner a alguien y la pusimos para que recibiera las hostias” me vino a decir poco más o menos. Vamos, que colocaron a alguien a quien pudieran manipular y dirigir un partido sin figurar como cabezas visibles. Todo muy complicado para mi mente cada vez más amante de la simplicidad. Ana María, al frente de aquella escisión duró apenas un par de años. Le sustituyó ya en plena crisis, al frente de la FEA, un obrero de la SEAT, muy buena persona, aquejado en la época de una sordera creciente (en aquel tiempo no existían muchas medidas de protección y seguridad en el trabajo, así que estar al lado de una prensa de chapa y soportar los golpes reiterados le había afectado al aparato auditivo). Se trataba de Ángel Gómez Puértolas, otro tipo singular.

En 1974 la Brigada Político Social me detuvo a raíz de un bombazo que había estallado en un cine que proyectaba la película La Prima Angélica. Ni siquiera había visto la película, ni sabía de qué iba, ni que coño me estaban preguntando aquellos pelmazos. Entre la catarata de preguntas hubo una que me llamó la atención: “¿Qué relación tienes con Tórtolas?”. Y se pusieron muy pesados con el tal “Tórtolas”. Estaba aguantando el chaparrón –bastante desagradable por lo demás, porque a poco de detenerme la Brigada Político Social entendió que ni yo tenía nada que ver con el atentado ni podía decirles nada sobre el mismo- cuando bruscamente caí en la cuenta de que “Tórtolas” era en realidad “Puértolas” a quien había conocido en el Círculo José Antonio de Barcelona.

Volví a encontrarme a Puértolas-Tórtolas en el arranque de la transición durante una cena que convocaron los Alféreces Provisionales para adoptar una postura sobre el referéndum para la reforma política que tuvo lugar en 1976. Había unanimidad en votar No, y solamente había una disonancia, los Círculos José Antonio que estaban a favor de la abstención. En el postre, hubieron varias intervenciones que seguían el ritual habitual: hablaban primero los teloneros, siempre una mujer, luego un joven y finalmente el baranda que asumía su papel estelar. En aquella cena no se siguió el esquema y tomaron la palabra gentes de todos los grupos, grupitos y grupetes de la época. En un momento dado al presidente de la Hermandad se le ocurrió que no había hablado ningún joven y pidió con gestos que saliera uno, mirando precisamente a Puértolas, el cual agarró el micrófono con una sonrisa cándida dispuesto a defender con un brillante parlamento la posición de los Círculos que era… justamente la contraria de todos los que habían hablado antes. El público, primero se sorprendió, luego se enfureció y, finalmente, exteriorizó su estado de ánimo increpando al orador cuya sordera le impedía oír las imprecaciones; por los gestos, creía que le estaban jaleando. Debió de levantarse Royuela que estaba a la vera del micro y sacarlo a empujones del estrado. Así era el ambiente en aquella época y así era Puértolas en casi todo lo que hacía: dejando aparte que era una excelente persona y el clásico obrero con “conciencia de clase” que le llevaba a solidarizarse con cualquier otro trabajador que sufriera algún problema, no se enteraba de casi nada. Pues bien, al caer la Llamazares de la dirección de la Auténtica, le sustituyó Puértolas atrincherado en un pequeño localito de la calle Puertaferrisa que ondeó hasta última hora anterior al deshaucio la bandera rojinegra, eso sí progresivamente más descolorida y deshilachada. Aquella bandera que veía con cierta frecuencia constituía para mí la perífrasis simbólica de la extinción de un ambiente.

Había algo en los Gracia que los hacían diferentes al resto de militancia. Por de pronto eran matrimonio y eso no era habitual. Luego eran encantadores en un ambiente más bien bronco y áspero. En aquella época eran católicos y lo manifestaban en un ambiente como la Auténtica que nunca me dio la sensación de que fueran muy “fuertes en la fe”. El propio Pedro Conde en una entrevista concedida a Interviú en la que hizo gala de su más depurado izquierdismo, cuando el periodista le preguntó forzado por las respuestas: “Bueno, y a todo esto ¿qué es lo que les separa del marxismo?”, Conde, mesándose la perilla dio aquella respuesta tan antológica de: “Lo espiritual…” Y ahí se quedó sin explicar exactamente qué era "lo espiritual". Los Gracia no pegaban en el ambiente y tenían la virtud de tomarse muy en serio su papel y defender sus actitudes con tanta obstinación como convicción. No eran lo que se dice muy flexibles en el día a día aunque su actitud haya constituido, más que una caña doblada por el ciento, un giro de circunferencia de 0 a 180º.

Sus enemigos dentro de la FE-JONS(a) fueron buscando informaciones y datos que los evidenciaran como antifalangistas. Y finalmente la obtuvieron. En 1970, Curro (un miembro de Fuerza Joven, luego del PENS, más tarde de la CNT, luego de la LCR y finalmente cofundador del primer colectivo gay catalán) los había captado para el PENS y el matrimonio acertó a asistir a una reunión que tuvo lugar en el antiguo local del SEU de la calle Canuda. Íbamos de uniforme (camisa caqui y brazal con la “cruz de acero”). Debimos asistir algo más de una treintena de militantes (la totalidad del PENS en la época) y la cosa se hubiera olvidado completamente de no ser porque Ignacio Castells la filmó con una cámara de super 8mm. Finalmente esa filmación llegó a los adversarios de los Gracia justo en el momento en que el grupo de la FE-JONS(a) de Barcelona se había partido en dos. Uno de los grupos había convocado un mitin en un cine de barrio. Al intentar acceder al cine se encontraron a los Gracia, y a algún otro camarada, encadenados ante la puerta con un cartel: “Queremos un debate”. Los otros se frotaron las manos: “¿debate? Ahora vais a ver”. Y les proyectaron la película a ellos que habían negado por activa y por pasiva haber sido miembros del PENS (no es que el PENS repartiera carnés, pero sí habían tenido algún tipo de compromiso). “No se ve muy clara esta película” fue lo único que acertaro a decirJavier Gracia.

Desde ese momento entendí los riesgos de no asumir el pasado: no es que considere el tránsito por el PENS como algo más que una experiencia juvenil, breve en el tiempo y que equivalía a un rito de tránsito de la adolescencia a la juventud. El PENS me dio la ocasión de alejarme del hogar paterno, de conocer nuevos amigos y de vivir un remedo de aventura que, en mi caso, consistió en excursiones a la montaña, pintadas y empezar a escribir sistemáticamente, algo que finalmente terminó determinando mi vida profesional.

Pues bien, fue con los Gracia con los que me fui a Madrid a la reunión de los Círculos José Antonio. Debieron asistir unas cuarenta personas procedentes de casi toda España. Allí conocí al representante del Círculo José Antonio de Zaragoza con el que todavía sigo manteniendo estrechas relaciones de amistad y colaboración política. Al poco de conocernos vimos que teníamos inquietudes disonantes con el resto: nos había interesado la revolución de mayo, Evola, Guénon y las doctrinas tradicionales, habíamos leído a los situacionistas franceses y considerándonos anti-izquierdistas nos atraía extraordinariamente el pensamiento de la izquierda alternativa europea como fuente de inspiración.

La reunión, presidida por Diego Márquez y Carlos Ruiz Soto fue bastante gris y de ella recuerdo solamente que pedí en nombre del Círculo de Barcelona la celebración del Acto Nacional anual para nuestra ciudad. Diego me miraba con expresión de conmiseración y de condescendencia hacia la juventud, como pensando: “Como se nota que este es recién llegado y no conoce el terreno que pisa”. Efectivamente, no lo conocía. El acto tuvo lugar no recuerdo dónde pero yo, para esa época, ya no estaba bajo la disciplina de los Círculos José Antonio. Diego expresó el plan de los Círculos: llegar a los 100 (debían ser en aquel momento unos 75), constituir el embrión de un partido político y, finalmente, notificar el estado de los trabajos para alcanzar la “unidad falangista”, algo que Diego veía difícil y que a mí me convenció de ser una verdadera quimera en el sentido de ilusión de algo horroroso a la vista de lo que podría salir de la multiplicidad de tendencias ideológicas y líneas políticas de la media docena de grupos existentes en la época.

Hasta tres años y medio después no volví a tener contacto con todo el ambiente azul. Fueron unos camaradas, “el Boinas” y Bernardo los que me animaron a ir al Congreso y allí, en un Citröen estaba yo un viernes por la tarde saliendo para Madrid. Entre que “el Boinas” fumaba puros y que al Citröen se le salía la gasolina y, más que correr el riesgo de convertirnos en un coctel molotov sobre ruedas, aquel viaje fue mareante a causa del ambiente saturado de olor a puro y a gasolina (el viaje con los Gracia a Madrid, a todo esto, no había sido mejor: a eso de las 5 de la madrugada paramos en plena carretera, dormimos un poco hasta que me despertó un ruido extraño. Delante nuestro había un montón de basura y miles de ratas –miles– paseándose). Aparentemente, el Congreso estaba bien montado y en el hall del Palacio de Congresos parecía invadido por un azul pastoso en medio del cual nosotros éramos la excepción catalana. Nos dieron los pases –se trataba de un congreso abierto– y una carpeta con el programa, una pequeña declaración y poco más. En principio lo que más me sorprendió era que el encuentro recibía como nombre “Congreso Nacional Sindicalista (Primera Fase)”. Eso de las "fases" atribuía al proyecto el aspecto de ser el parto de los montes, pero no se nos indicaba qué otras fases habría ni cuantas ni para qué. Veía aquello con cierto alejamiento, pero con la secreta esperanza de que alguien levantara una bandera que fuera susceptible de ser seguida sin ningún tipo de reservas mentales. No hubo tal.

A primera hora de la mañana, seríamos no más de 350, quizás 400, quienes acudimos al Palacio de Congresos de Madrid. Con el paso del día se fue sumando más gente. Todos –salvo los tres que veníamos de Barcelona– eran miembros de los Círculos José Antonio o de los Antiguos Miembros del SEU o de los Antiguos Miembros del Frente de Juventudes, o de la Asociación Juvenil Amanecer, o del Círculo Doctrinal 4 de marzo o de la Agrupación Juvenil Bandera Roja y Negra o de los Jóvenes Falangistas, demasiadas siglas que evitaban reconocer que los otros dos grandes grupos, el de falangistas-franquistas encabezado por Raimundo Fernández Cuesta y el de Pedro Conde o los falangistas-izquierdistas no habían participado en el sarao.

Cuando nos enunciaron las ponencias yo me apunté a la de organización y Bernardo a la de programa. Había media docena de estas ponencias presidida cada una de ellas por algún “figura” del falangismo y de los círculos. La ponencia de Internacional, por ejemplo, estaba presidida por David Jato Miranda, autor de La Rebelión de los Estudiantes, una historia del SEU en la preguerra. La de organización la presidía López Otero, presidente del Círculo José Antonio de Sevilla.

Aparentemente, las ponencias podían modificarse según los trabajos de las reuniones. En realidad, eran inamovibles. El ponente de organización logró sorprenderme elaborando en menos de un minuto una teoría organizativa que hubiera dado vértigos al mismísimo Lenin. Sostenía que mientras lo normal era que “los partidos consideraran al sindicato como una correa de transmisión, para el nacional-sindicalismo el partido era la correa de transmisión del sindicato”. La frase era ingeniosa, era del tipo de “el sentido común es el menos común de todos los sentidos”. Y de ahí la ponencia no salía. Tuve que explicar –entonces ya empezaba a moverme con más confianza en mí mismo y había dejado atrás la timidez congénita que me dificultaba el tomar la palabra en asambleas, mítines y ponencias– que lo esencial del período que se abría era la legalización de los partidos y que el eje de la política iba a depender de los partidos, no de los sindicatos que se limitarían cada vez mas a defender, mal que bien, los derechos de los trabajadores, pero nunca a forzar reformas políticas ni siquiera a intervenir en política. No hubo forma. Ni tampoco cuando pasé a explicar que lo esencial en un congreso de este tipo era definir objetivos, estrategias y tácticas, en lugar de buscar innovaciones organizativas poco meditadas que, más allá de un enunciado más o menos rutilante, eran imposibles de llevar la práctica. Ni por esas. La ponencia era inamovible y así se quedó, a pesar de que buena parte de los miembros de la ponencia compartían mi posición.

La ponencia de ideología no había ido mejor. Se habían limitado a comentar y votar, uno a uno, los 27 puntos de la Falange. En aquella época era todavía importante esta cuestión de si eran 26 ó 27 los puntos del programa falangista. Los 27 puntos habían sido redactados por José Antonio Primo de rivera, pero el 27 que decía eso de que “pactaremos muy poco” no tenía sentido cuando Franco fusionó a la Falange con los Carlistas en su Movimiento. Así que de 27 se quedaron en 26. Ese punto marcaba la diferencia e indicaba si se estaba ante un falangista disidente, auténtico, hedillista, etc., o si se estaba ante un falango-franquista. En aquella ponencia, Bernardo, al que los problemas ideológicos nunca le preocuparon excesivamente, había salido despotricando cuando se sometió a votación si el hombre era portador de valores eterno o no, y resultó que sí lo era, pero por la mínima. En otras ponencias las cosas no fueron mejores. En la de internacional, cuando lo único que cabía era intentar vincularse a organizaciones similares europeas, David Jato lo centró todo en la Hispanidad y en su defensa. A media tarde del primer día de trabajos, era evidente, al menos para mí, que aquel encuentro no iba a servir para nada y que jamás tendría lugar la 2ªFase, ni mucho menos la 3ª, en caso de que estuviera prevista.

Para colmo en la mañana del domingo acertaron a ponerse ante la puerta del Palacio de Congresos un grupo de hedillistas para hacer propaganda –claro está- de lo suyo, la FE-JONS(a). Hubo el consabido reparto de estopa que entre camaradas duele más. El acto de clausura registró la presencia de De Raymond que en aquel momento emergió como cantante patriótico. Sin embargo también desentonaba algo con el congreso. A fin de cuentas, De Raymond era franquista y posteriormente se encontró mucho más cómodo en el entorno de Fuerza Nueva, junto a José María su compañero del alma con el que todavía sigue en el Miami de las Américas. No asistimos al mitin de clausura y preferimos visitar a Della Chiaie y sus camaradas exiliados en la Pizzería L'Apuntamento que tenían abierta en la calle Libreros de Madrid. Y luego para Barcelona comentando la inutilidad de aquel congreso que, efectivamente, no tuvo la menor repercusión.

A poco de celebrarse el congreso parte de los círculos fueron a engrosar las filas de FE-JONS(a) que en su primera fase prodigó un activismo frenético que duró hasta la noche en que se conocieron los resultados electorales de 1977. Zulueta, uno de los dirigentes de los Círculos se había pasado a los presuntos hedillistas con armas y bagajes. Los Círculos José Antonio se quedaron en medio de un bocadillo formado por la derecha falangista de Raimundo y por la izquierda hedillista, sometidos a una pérdida de efectivos por goteo que no logró detener su transformación en Partido Nacional Sindicalista. Para colmo estaba la presión del grupo de Sigfredo Hillers desde las altas cumbres de su rigorismo falangista.

Diego Márquez siguió predicando la unidad falangista hasta que finalmente la consiguió cuando Raimundo dimitió y él venció a Antonio Tuero en el ya lejano 1986. Tuero meditó sobre el nacionalsindicalismo, la ocasión perdida de ser el jefe nacional heredero de Raimundo, el pasado, el futuro, y, por aquello de la coherencia, se hizo francmasón entrando algo después en el Consejo Supremo el Grado 33. No era el único en nuestro ambiente que se decantó hacia la masonería y no voy a ser yo quien se los reproche. Diego, como primera providencia, convocó un “Congreso Ideológico” cuya ponencia me inspiró una irreprimible tristeza: era lo de siempre que llevó a lo de siempre, una escisión por aquí, una ruptura por allá, una fusión a cuyá y Diego casi 25 años después que dice que ahora sí que dimite. En ese ciclo de 25 años, la Falange se ha extinguido casi completamente.

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